- Área: 1000 m²
- Año: 2009
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Fotografías:Carlos Fernández Piñar
Descripción enviada por el equipo del proyecto. En una pequeña nave del antiguo matadero de Madrid, la nave 8 B, se han retirado las tejas de una cubierta en mal estado, se han apilado y se han introducido dentro para resolver una necesidad. Hasta aquí podría llegar el resumen de esta intervención.
El matadero de Madrid fue proyectado en torno a 1907 y construido durante la segunda década del siglo XX por Luis Bellido, arquitecto municipal. Durante cerca de sesenta años estuvo funcionando como gran despensa de la zona centro. A lo largo de este tiempo demostró sobradamente sus virtudes funcionales y sus cualidades espaciales. Más discutible ha resultado, con el paso de los años, el estilo aplicado a sus fachadas, muy alejado de las primeras aproximaciones al movimiento Moderno que se comenzaban a explorar en este tipo de edificios industriales en Alemania, Holanda o Francia. A partir de los años ochenta, el matadero se trasladó a la periferia de la ciudad. La pequeña “ciudad industrial” proyectada por Bellido cayó en el abandono y en el olvido. Desde hace algunos años el ayuntamiento de Madrid quiere convertir este complejo deteriorado en un motor cultural de vanguardia para la ciudad.
La nave 8 B será el espacio destinado a la gestión administrativa. Una pequeña zona de trabajo, un almacén y un espacio polivalente para charlas o presentaciones. Originalmente eran unas salas de apoyo para el almacenaje de los restos producidos en la nave 8, donde se secaban las pieles y el salazón. Una nave menor pero de gran interés espacial.
La prioridad de la intervención era restituir una cubierta de teja plana sobre tableros y rasillas sucesivamente parcheados, realizar un refuerzo estructural del conjunto y acondicionar el interior, térmica y acústicamente, para dar servicio a los nuevos usos. Este proceso se había seguido anteriormente en algunas otras naves del matadero y, como resultado de ello, se acumularon montañas de escombros de tejas, maderos, adoquines y losas de granito, esperando ser trasladadas al vertedero.
Quiero pensar que este proyecto surgió de la oportunidad. De haber descubierto una oportunidad en aquellos escombros.
En el camino de explorar todas las posibilidades razonables, el sistema constructivo se convierte en un generador de proyecto, en el lugar donde descansa una determinada postura ética ante la rehabilitación, ante la arquitectura.
¿Cómo funciona aquel objeto encontrado? ¿cómo funciona la teja plana? ¿cómo se apila? ¿cómo se apareja? ¿cuáles son sus características organolépticas, su peso? ¿cómo se unen? Estas son algunas de la preguntas que aparecen en el proceso. La ausencia de algunos elementos del aparejo produce celosías, el paso de la luz. A veces una pieza entera para los muros, otras, media pieza para los revestimientos. El problema de las esquinas, los dinteles. Aparecen los problemas universales de la arquitectura. Al mismo tiempo y con la misma intensidad aparecen también la mano de obra y la imperfección. La imperfección del hombre y de lo viejo, de lo recuperado. Recuerdo una orden ingenua durante la obra: “Jose, tuércete que no importa”, y una respuesta, una lección del encargado: “No me tuerzo que de torcerse siempre habrá tiempo”. Un trabajo de muchos lleno de vibraciones. Las vibraciones del artesano colectivo, del artesano que reivindica Richard Sennett.
Como aquella cabaña del bosque del arquitecto sueco Ralph Erskine, en la que apilaba troncos para protegerse del rigor del invierno, este proyecto también es bioclimático. Bioclimático porque la teja contribuye al confort térmico y acústico y sostenible porque se reinventa con lo que tiene a su alcance. Es bioclimático como la arquitectura de pueblo, como esos hogares-chimenea revestidos de cerámica que se encuentran en la provincia de Soria.
Es una intervención que pretende respetar una configuración espacial válida, sin adulterarla. Es una prueba del poder de la arquitectura como contenedor cualificado, independientemente de sus usos, de los usos coyunturales. Un concepto clásico, eterno del espacio, nada que ver con el clasicismo, ni necesariamente con Italia. Frente al estilo pretendidamente “nacional-castizo” que aplicó Luis Bellido a las fachadas, en este caso, en el interior, el estilo se diluye, desaparece como heredero de la antigua Escuela de Madrid. Orden, oportunidad, compromiso, contención o claridad sin ninguna voluntad formal a priori. Un terreno para mí desconocido, más allá del proyecto, más allá de cualquier intención. El protagonismo del arquitecto da un paso hacia atrás, se retira de la arquitectura a tiempo. La historia es pendular o helicoidal, si la entendemos en tres dimensiones. Este proyecto deshace algunos caminos recorridos, pretende alcanzar puntos de encuentro. Avanza retrocediendo, como los remeros, mirando hacia atrás, como explicaba Oteiza. De la teja árabe, procedente del muslo de la mujer como molde, y de su colocación manual, se pasó a su aplicación industrializada y a su versión plana. Ahora los elementos industriales, inertes, se entienden de otra manera, descontextualizados y colocados desde la imprevisibilidad del trabajo manual.
Este proyecto pretende entender la arquitectura como una experiencia intelectual, cultural, ética. No confundir con un posicionamiento social o político.